Diego se levantó a las cinco de la mañana. Debe hacer un viaje largo. Mientras se ducha, piensa en el último día que la vio. Un sentimiento entre el amor y el odio empieza a recorrer su cuerpo. Trata de refrenarlo. Piensa que ahora se dirige a verla de nuevo, no sabe qué decir, lo único que quiere es volver a verla. Sentir su cuerpo y sentir que todo vuelve a tener sentido. Sentir que vale la pena seguir viviendo. Coge su camisa negra, esa que tanto le gusta ella. Coge el Jean que usó la primera vez que la vio. Suspira y el recuerdo llena su mente…
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Fue en un concierto. Fue algo mágico. Diego estaba escuchando el concierto. Ella estaba tomando fotos y grabando el concierto. La melodía de la canción, media punk medio pop, fue su cómplice. Justo en la estrofa de la canción: “El amor llega cuando menos te lo imaginas, puede estar a la izquierda, derecha, al frente o detrás. El amor siempre llega… pero llega sin avisar” miró a un lado y allí estaba ella: el ser más hermoso que podía haber visto. Sus ojos negros insondables, su pelo largo y salvaje y el aroma del amor en el aire. Se miraron y comprendieron que debían estar juntos por el resto de su vida. Vota el aire y vuelve a la realidad….
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Se prepara para salir de su casa. Coge su billetera y baja las escaleras. Llega al paradero. Está nervioso. El carro llega. Diego sube. Se sienta al fondo. El viaje es largo. Lo necesario para poder pensar. El carro avanza lento. El carro pasa por la playa. Esto evoca en Diego aquellos momentos que paseaban juntos por el mar. Cuando solo existían: él, ella y el sonido del mar en sus oídos que los guiaba, que los seducía, que los alimentaba, que los hacía ser uno…
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“Me encanta lo tranquilo que esta el mar”, le dijo Diego mientras acariciaba sus rulos salvajes y extasiándose por el aroma de su piel. Ella solo sonrió. “ Quisiera que esto durara para siempre. Quisiera detener el tiempo en este segundo”, susurró Diego en su oído. Ella se levantó y caminó sola. Él la miró…
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“Señor, me compra unos chicles es para mi esposa que tiene cáncer. Tengo dos hijos que están en el colegio. Varón, apóyame”, le dijo el ambulante que subió al carro y que le hizo volver a la realidad… Diego seguía desconcertado. Ya estaba por llegar. Estaba nervioso. No la había visto hace mucho tiempo. Había ido a su casa, pero su madre no le dejó pasar. Las peleas se ponían más fuertes cada día. Se amaban, pero Diego no soportaba el hecho que ella pasara más tiempo en la Universidad que con él. Cuando llegaba con su carro a su casa ella siempre estaba cansada. No lo entendía. No comprendía que era. Hasta que los vio…
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Diego, lleno de dudas e inseguridades, la siguió a la Universidad. Ella estudiaba en una de las universidades más caras y prestigiosas del país. A ella le encantaba su carrera. Cuando terminara de estudiar quería poner su propia productora. Lo que más amaba en el mundo era poder estar detrás de una cámara y dirigir. Eso simplemente hacía que ella tenga paz. Pero en ese momento lo que Diego vio hizo que todo cambie… la vio abrazada a un chico. Eso fue todo lo que Diego necesitaba. Se dio media vuelta y volvió a su casa. Desde ese momento todo cambió. Ella lo llamaba pero él no contestaba. Pasaron días, los días se convirtieron en semanas y las semanas en meses sin saber nada de ella. Un día Diego tuvo el valor. Fue a su casa….
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Diego tocó la puerta. Nadie contestó. Se resignó a irse. Pero la puerta se abrió. La madre de ella estaba parada sosteniendo un pañuelo en sus manos. Con unos lentes negros, para que no se vean sus ojos rojos. Lo llamó y lo que dijo cambió su vida: “Diego. Hasta que por fin te animaste a saber la verdad. Mi hija no te era infiel, lo que viste no era lo que piensas. Él era Miguel, su amigo. Le estaba confesando que tenía SIDA y que los médicos lo habían desahuciado, que solo le quedaban tres semanas de vida. Pero tú y tu orgullo. Tu rabia te cegó y no te dejaba ver. Si tan solo la hubieras escuchado….pero ahora es demasiado tarde…si Diego es demasiado tarde.”. Diego entendió todo. Comprendió porque la casa estaba tan vacía…comprendió porque sentía un dolor grande en su pecho. Comprendió porque su madre llevaba vestido y lentes negros. Pero sobretodo entendió que con la llegada de ese carro grande, negro y adornado de flores ella se iba para siempre…
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Diego bajó del carro. Había llegado. Compró unas flores y se dirigió a su encuentro. Era un día soleado. Exactamente cómo a ella le gustaba y se cumplía un mes. Camino lento. Se dirigió a su ataúd. Se agachó. Derramó una lágrima y le dejó las flores y una carta que decía:
“Mi amor, siento no haber sido lo suficientemente hombre para estar contigo cuando más lo necesitabas. Lo siento de verdad. Siento no poder haber estado en ese callejón oscuro para poder defenderte. Para que mi pecho sea el blanco de cada una de las balas que traspasó tu dulce corazón. Ahora sé que solo ibas al hospital a visitar a Miguel. Pero no sabías que las calles eran peligrosas. Que te ibas a imaginar que un ladrón borracho y drogado era capaz de matar por un celular. Solo querías ver cómo estaba. Pero lo que más me duele no es no haber estado allí, sino el no haberme dado cuenta de la mujer que tenía a mí lado. Uno realmente valora algo cuando se pierde, Parece un cliché… pero es verdad. Ahora tú te has adelantado. Solamente eso, te has adelantado. Pronto te veré mi amor, te abrazaré, te besaré y te diré cuánto te amo con cada parte de mi ser. Nos vemos allá arriba”
Se levantó y siguió su camino…
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