Soy tan pequeño. El más pequeño de mis hermanos, el menos ostentoso y el más inútil. Estaba acostumbrado a andar con la cabeza gacha. Resignado a ser ignorado por todos. Nadie se preocupa por mí. Me tienen como un mueble olvidado en el rincón de un cuarto oscuro. Muchas veces he querido levantar mi cabeza, poder ayudar a los demás…pero para que lo intento… los demás son muchos mejores que yo. Me he resignado a vivir en este pequeño cuarto sucio y sin esperanzas. Me he resignado a que todo el mundo haga realidad sus sueños, menos yo… Me he resignado a ser un bulto en el mundo.
Él es un príncipe y yo… no soy nada. Siempre pasa por el pueblo. Hay un gran desfile en su honor. Todas las personas importantes lo acompañan. Su carruaje, adornado de las mejores flores y dirigido por dos caballos blancos hermosísimos, avanza majestuosamente. Siempre desde un rincón de mi habitación, por la pequeña ventana, lo veía a lo lejos…Hasta ese momento. Su rostro, tan brillante, resplandecía… sus ojos solo infundía una paz indescriptible. El día estaba muy caluroso. Él tenía mucho calor. Su frente estaba sudando. Lo vislumbre desde mi pequeña ventana. Su hermoso carruaje lo transportaba y pronto estaría cerca a mi casa. Luego de luchar con mi mente y mis limitaciones. Decidí ir a verlo. Junte todas las fuerzas que aún me quedaba. Abrí la ventana y me lancé al aire. Deje que el viento me llevará. Llámenlo suerte o coincidencia pero termine varado al costado de sus pies. Me sentía indigno de estar en ese lugar. Pensaba que todos me estaban mirando, susurrando a mis espaldas, diciendo: “qué hace este acá”. Me sentía sucio al lado de él…pero eso no le importó. Pero lo que siguió no lo esperaba. Con sus tiernas y fuertes manos me cogió. Me alzó con una ternura que nunca había experimentado y se secó la frente. No le importe que fuera un trapo que nunca había sido usado. No le importo que fuera pequeño. No le importo que no fuera brillante, grande o que este sucio. Sus acompañantes lo miraron horrorizados, pero eso a él no le importó.
No lo podía comprender. Cómo alguien tan majestuoso, grande, poderoso como él podía fijarse en alguien como yo. Termino de secarse su frente, me tomo, tiernamente, con sus dos manos y me acercó a su rostro para que pudiera escuchar lo que tenía que decirme: “Por mucho tiempo te he esperado, eres muy valioso e importante para mí. Gracias, de verdad sentía mucho calor y necesitaba cercar mi frente”. Me quedé, literalmente, helado. Le quise responder… pero simplemente mis labios no respondía, no podía pronunciar ninguna palabra. Pero no fue necesario. Él me conocía desde antes que fuera creado, con solo mirarme sabía cómo me sentía y esa misma mirada me hizo digno, hizo que por primera vez pudiera levantar mi cabeza. Comprendí que por mucho tiempo había cargado con una culpa que no era mía, había dejado que las mentiras lograran invadir mi mente y apoderarse, quitándome lo último de dignidad que me quedaba, había dejado que mis complejos se apodaran de mí y que cada día me resigne a vivir una vida mediocre. Pero fueron las siguientes palabras las que lograron transformar mi ser: “Desde ahora en adelante, estarás en mi regazo. Eres muy especial para mí y en mis manos me serás útil”
FIN