lunes, 30 de noviembre de 2009

Los ángeles, chaclacayo

Algunos sitios son capaces de guardar los años en su interior. Son lugares impregnados de nostalgia. Lugares donde al caminar se unen el niño que era con el joven que ahora soy. Lugares como en el que estoy hoy.

11142_178346609820_502334820_2960826_5395784_n Después de haber organizado esta salida hace más de dos meses. Luego de que casi se clausura como nueve veces… y en pleno comienzo de exámenes finales. Mi familia y yo nos enrúmbanos en este viaje que nos trajo gratos momentos. Eran las nueve de la mañana. El padre de familia cogió el volante y empezó el viaje que nos llevaría hasta nuestro destino, que hasta el momento era incierto. Debido a que este viaje fue un algo improvisado, nos tiramos a la aventura. No teníamos reservación y nada, solo sabíamos que el destino quería llevarnos por la carretera central. El viaje duró como dos horas. No solo viajamos por la carretera central de Lima. Viajamos por la carretera de nuestra vida y pudimos volver al tiempo cuando éramos niños y nos creíamos todo lo que nuestros padres nos decían. Pero ya no éramos pequeños, ahora a las justas entrabamos en carro verde que tenia el volante más duro una piedra de moler. Con la música de Eva Ayllon tal cual fondo que amenizaba nuestras conversaciones llegamos a la plaza de armas de Chaclacayo. Estaba vacía. Buscamos una supuesta casa de retiro que según mis padres estaba cerca a la plaza y su dueño era un italiano. No encontramos nunca esta casa ni al italiano. Lo único que sabíamos era que estábamos en chaclacayo y que están iban a ser las mejores vacaciones del año…o no??

Luego de visitar varios lugares donde podamos pasar la noche y ver que todos o estaban muy caros o ya no tenían hospedaje para una pobre familia de cinco personas. Llegamos a este club (Los Ángeles), que nos recibía al lado de las líneas del ferrocarril y a unos cuantos metros del puente que lleva su nombre. En el cual también pasáramos nuestras vacaciones ya hace más de diez años.

El club seguía igual, los mismos bungalós, la misma piscina y el mismo mini- zoológico. Solo habían pintado la parte de adelante del club. Tal vez para dar la impresión de que en algo había cambiado el lugar. Pero el aroma de antaño lo llenaba todo. Nos dieron las llaves de lo que sería nuestro hogar por el siguiente fin de semana. Una pequeña cabaña de dos cuartos, una sala y un baño. Pero con una buena vista: la piscina. Nos instalamos y salimos a comer. Mi madre se cambio de lugar, ya que era el turno que aquel que había conseguido su brevete hace unos meses manejara el carro. Todos en su fuero interno no dejaron de suplicar el poder llegar vivo al restaurante. Lo logramos, sobrevivimos a la travesía.

Llegamos al club. Recorrimos todo el club y por alguna razón un espíritu fotográfico se apodero del ambiente y nos encontramos posando en todos los rincones permitidos y no permitidos. Luego que el fotógrafo se cansase de tomarnos las fotos, vale recalcar que yo fui escogido como fotógrafo, es una de las tantas “maldiciones” que se adquiere al estudiar comunicaciones…Como si esto no bastará nos pusimos a jugar tal cual niños de antaño en el sube y baja, en el columpio, en la resbaladera. Fue todo una proeza y a la vez un deleite poder ver como esos juegos de acero pudieron resistirnos. Volvimos a nuestra casa de campo al lado de la piscina. Disfrutamos del sol de chaclacayo sumergiéndonos en la piscina hasta que nuestros dedos se envejecieron, hace tiempo que no nos pasaba esto.

La tarde fue un poco diferente. Pensamos que podríamos encontrar algo en la plaza. Pero la plaza estaba más vacía que un pueblo fantasma. Pocos negocios a su alrededor, con un estilo parisino carecían de gran afluencia y que decir del parque. Estábamos tan aburridos que por un momento pensamos en ir al cine. Pero grande fue nuestra sorpresa al descubrir que por esos lares no saben lo que es un cine. Nunca ha existido uno y creo que nunca existirá. Es que a parte de que es una ciudad que brilla por la ausencia de jóvenes. La mayoría de los moradores no están acostumbrados a esos deleites de la carne. Ellos están acostumbrados a la tranquilidad que un buen atardecer les puede regalar o el pasear con un hermoso caballo por la chacra.

Nos resignamos a regresar al club y hacer algo dentro. Menos mal habíamos llevado algunos juegos y…comida. Nos dispusimos a comer y a jugar, los dos mejores placeres de la vida. La conversa fue tal que el tiempo prácticamente se congelo. Hablamos tanto y poco a la vez. Este tiempo fue el que más podré recordar. Es que ya no era un niño, podía hablar, podía hilvanar dos o tres ideas más o menos decentes y poder dar una opinión. Es muy difícil poder explicar con palabras lo que sucedió en ese momento. Lo más cercano que puedo decir es que pudimos abrir nuestro corazón ante la familia. Pudimos “desnudar” nuestros sentimientos sin temor y dejar que todos nos escuchen sin temor a ser juzgados o reprimidos. Creo que por un momento fuimos libres….y dormimos en paz.

El domingo nos encontró envueltos en nuestras sábanas ni la bulla de las personas en la piscina nos despertó. Los padres de la familia, tal como no hicieran en años, salieron a buscar el desayuno para sus “polluelos”. Tuvimos un desayuno-almuerzo o como dicen los gringos un brunch: chicharrón, tamales, aceitunas, jugo y paneton… una mescolanza brava… pero en fin, todo se mezcla en el estómago, verdad??…

La mañana se terminaba y daba paso a la tarde con lo que nuestro día en este pequeño rincón que cobijo nuestros recuerdos se terminaba. Alistamos las maletas y lentamente, como quien no quiere abandonar este sitio lleno de recuerdos nos dirigimos hasta el carro que nos llevaría a nuestra casa, al mundo real, pero antes una pasada por la antigua panadería donde otrora trabajara mi padre y una visita al cine coronaron el final de nuestras cortas vacaciones.

Regresamos a la casa por la noche. Desempacamos las maletas y cada quien volvió a su cuarto a ponerse la “ropa de casa” y desempolvar su laptop, volver a comunicarse con su mundo. A veces duele regresar al mundo real, uno prefiere quedarse siempre en ese lugar que te trae recuerdos, ese lugar que te permite abrir tu corazón a los tuyos. Pero si dejamos que ese lugar habite en nuestros corazones y le dedicamos más tiempo a esto podremos hacer que este lugar vaya donde sea con nosotros. De esa manera la familia podrá estar más unida. El padre podrá hablar con sinceridad a sus hijos, podrá pedirle consejos a su familia sobre algún nuevo negocio que desea emprender.

Nuestros recuerdos quedarán grabados en nuestra mente y en nuestros corazones, ya que una cámara fotográfica no los mantiene tan vivos como nosotros lo podemos hacer. Además de esa manera podemos volver, al menos en nuestros sueños, a aquel lugar que ya tiene una parte de nosotros: Los ángeles, chaclacayo.

FIN

(Dedicado y escrito a petición de mi familia).

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